viernes, 30 de noviembre de 2012

Notre Dame de France el Enigma de Jean Cocteau.



Construida por primera vez en 1865 en un lugar vagamente vinculado a los caballeros templarios, Notre-Dame de France , es una Iglesia de Londres que, quedó casi totalmente destruida por las bombas de los nazis durante el blitz, y la reconstruyeron hacia finales de los años cincuenta. 
A mano izquierda del visitante según se mira hacia el altar mayor hay una capilla donde no se venera ninguna estatua, pero que tiene un culto de seguidores sui generis.
Los visitantes acuden para admirar y fotografiar un mural muy peculiar que hay allí, obra de Jean Cocteau, quien lo acabó en 1960.

O mejor dicho, parece ser una de las iglesias más ocupadas de Londres, y además sirve de cómodo refugio a muchos indigentes de las calles, que son acogidos allí con gran caridad.
 Pero es el mural de Cocteau el imán que atrae a la mayoría de los visitantes que acuden a ella como parte del circuito turístico de Londres, si bien algunos optan por quedarse un rato para disfrutar de ese oasis de calma en medio de la agitación y el estrépito de la capital.


En principio el fresco tal vez decepciona, porque al igual que otras muchas obras de Cocteau parece apenas abocetado con algunos colores sobre una superficie lisa de enlucido.
Representa la Crucifixión: alrededor de la víctima los espantados soldados romanos, las mujeres afligidas, los discípulos. Tiene desde luego todos los ingredientes de una escena clásica de la Crucifixión, pero tal como sucede con la Última Cena de Leonardo, vale la pena echar una ojeada más detenida, más crítica y tal vez podríamos decir, con mayor esfuerzo del sentido común.

El personaje central, la víctima de la más horrible forma de suplicio a muerte, bien podría ser Jesús, pero también es cierto que no podemos estar seguros porque sólo se le ve de las rodillas abajo.
La parte superior del cuerpo no se muestra. Y al pie de la cruz hay una rosa enorme de color púrpura…..¿sìmbolo de la Alquimia?


En primer término vemos un personaje que no es romano ni discípulo, uno que se ha vuelto de espaldas a la cruz y parece seriamente trastornado por la escena que acaba de ver.

En verdad debió de ser un acontecimiento consternante, como siempre lo es la muerte de un hombre en tales circunstancias; y hallarse presente mientras todo un Dios encarnado derramaba su sangre sería sin duda terrible, indescriptiblemente traumático. Pero la expresión de ese personaje no es la del filántropo entristecido, ni la del seguidor confundido por la pérdida de su maestro.
A fuer de sinceros hay que decir que la ceja fruncida, la mirada de soslayo, componen la mueca de un testigo desengañado, incluso con un algo de repugnancia. La reacción es la de alguien ni remotamente inclinado a doblar la rodilla para rendir culto, sino que manifiesta su opinión de igual a igual.

¿Quién es ese que así expresa su desaprobación al hallarse presente en el acontecimiento más sagrado de la cristiandad? No es otro sino el mismo Cocteau

Sobre la escena brilla un sol negro que difunde sus rayos oscuros por el cielo en derredor. Delante de él hay un personaje de pie, posiblemente un hombre, cuyos ojos salientes vueltos hacia arriba, y vistos de perfil contra el horizonte, presentan un notable parecido con unos pechos erguidos.

Este es el Sol Negro, es un referente de la potencia X de la masonería (El sol de la tierra hueca, el signo del Kristos hermético

En el origen de Egipto, está Atum-Ra, la divinidad del Sol Negro. En Heliópolis, denominada On en egipcio, la Ciudad del Sol, se hallaba el Templo del Fénix. Ese templo antiguo era un lugar sagrado, un espacio para la divinidad. Al alba, a imagen de Zep Tepi (el Primer Tiempo de los antiguos egipcios), en el interior del recinto del templo, el Fénix –el rayo del sol– alcanza la piedra de Benben, el Piramidión cónico de hierro meteórico, colocado en lo alto del obelisco situado en el centro del recinto

Representado antropomórficamente con la doble corona de Egipto, la blanca del norte y la roja del sur, o con la cabeza de halcón y tocado por la serpiente cósmica Uraeus enroscada en torno a un disco solar, simbolizaba el Sol del atardecer, que sería sustituido en el curso de los siglos por el culto a Ra, el Sol en el cenit.
 Atum se convirtió en un Sol Negro, en un dios esencialmente invisible, que más tarde se transformaría en el Sol nocturno que viaja a través de las regiones subterráneas, o en el árbitro del destino, sentado en el polo del mundo.

Cuatro soldados romanos adoptan posturas épicas alrededor de la cruz, con las jabalinas colocadas en ángulos extraños y, a lo que parece, significativos. Uno de ellos lleva escudo, el cual muestra la enseña de un halcón estilizado. A los pies de dos de ellos hay un paño sobre el cual se han echado unos dados. La suma total de los puntos que muestran es cincuenta y ocho.

Un joven de aspecto insignificante se halla con las manos unidas al pie de la cruz; su mirada algo inexpresiva se vuelve vagamente hacia una de las dos mujeres representadas en la escena. Éstas a su vez parecen unidas por un amplio contorno en «M» justo debajo del hombre cuyos ojos parecen pechos.


 La de más edad, Maria , abrumada por el dolor, mira hacia abajo y diríamos que derrama lágrimas de sangre; la otra está literalmente más distante, y aunque se encuentra cerca de la cruz toda ella parece alejarse. La figura en «M» muy abierta se repite en el frontis del altar, situado justo delante del mural.

La última figura de la escena, al extremo derecho, es un hombre de edad indeterminada. Está de perfil y el único ojo visible se ha dibujado con la inconfundible forma de un pez.



ASI FLORECERAN TUS ROSAS, afirman los rosacruces en sus antiguos textos:
Busca lo Esencial.
¿Sabes tú qué es lo esencial, Lector querido?

Escucha. . .

Todas las cosas de la Naturaleza, todo cuanto ves y no ves, todas las formas cristalizadas y aun aquellos que tu pobre retina no alcanza a divisar, tienen un punto esencial, una sustancia íntima, un espíritu alado, inconsútil, por el que viven y se desenvuelven.

Todo lo demás es secundario, accesorio. No inútil, porque la inutilidad no existe dentro de la magna Obra del Universo. Son medios, vehículos, portadores si se quiere lo esencial. El medio es perecedero. Pertenece a nuestra tierra. Lo esencial es eterno. Pertenece al cielo de nuestro Espíritu.

Busca, por lo tanto, lo Esencial.



Tu Cruz se hará más llevadera y la Rosa le prestará su sagrado perfume.

1ª) Lleva en todo tus actos, una meta. En todas las cosas, un fin. Que éstos sean el de descubrir Lo Esencial. Clava toda su atención en ello y toma por armas lo útil, lo noble, lo bueno, lo bello, para conseguirlo, y desdeña todos los obstáculos que se interpongan.

Así florecerán las Rosas sobre tu Cruz..

La Rosa es el símbolo del Amor. 

En Tannhausser dice Wagner: A quien el corazón, se le inflame de amor lleva una corona de Rosas.
En la Alquimia la rosa es simbolo de las tinturas solar y lunar según su color blanca o roja.

 Yo soy la rosa de Sarón,dice Salomon en el Cantar de los Cantares.

Maria mira la Rosa a los pies de la Cruz:

Dondequiera intervenga la rosa, la acompañan el secreto y el silencio.

fuentes: Blog de Ana Vazquez,biblioteca pleyades, pagina oficial de Jean Cocteau,